Por cada 24 hay un 23 que olvidamos
Por Carlos A. Bozzi
Por Carlos A. Bozzi
En ocasiones, cuando escucho discursos y opiniones sobre el 24 de marzo de 1976, reconozco que me asalta una duda: ¿esta historia que me están contando, es la que realmen- se te vivió en aquellos días?. Y confieso que no logro entender, porque razón un manto de olvido cae sobre lo acontecido antes y después del golpe cívico-militar, que es donde se encuentra la clave para entender la historia argentina de los últimos años.
Es cierto, que con el pretexto de repeler un ataque a las “instituciones nacionales”, ataque encabezado -según esta concepción- por “personeros” de una “ideología extraña a nuestro sentir occidental y cristiano ” no solo desaparecieron personas sino también desaparecieron industrias de todo tipo y tamaño, libertades de prensa y libertades gremiales, leyes de protección al trabajo y a las personas, desapareció la justicia y se esfumó la renta acumulada por el trabajo de tantos años anteriores. El “proceso” transfirió brutalmente el ingreso de la mayor parte de la población argentina a manos de unos pocos y endeudó trágicamente al país, atrasando su total crecimiento, con efectos que aún perduran, creando un impresionante vacío generacional al barrer de raíz todo un sector social opuesto a este pro yecto.
Para concretar esto, la “alianza cívico-militar” utilizó la fuerza de las armas con la excusa de combatir a grupos armados y evitar la “disolución nacional”, supuestamente perseguida por aquellos “irrecuperables”. El punto central de la “subversión” para este modo de ver la realidad de aquellos años, no fue -en esencia- la lucha contra las organizaciones armadas. Lo “subversivo” estaba en ese intento de transformar las estructuras de la sociedad y por ello, aún sin la presencia en la vida política de quienes optaron por una “vía armada”, las desapariciones de personas, la tortura, el robo de bebés, el arrojo de prisioneros al mar, las vejaciones, los allanamientos diarios y tantos atropellos de todo tipo, igualmente se hubiesen producido. Conviene no olvidarlo, si queremos entender la realidad de nuestro país.
Las razones de lo acontecido tienen muchas explicaciones y así algunos dirán que la época fue la conclusión de un período en el cual la violencia era el modo normal de hacer política en Argentina. Violencia en los hechos y violencia en las ideas, con una sola premisa: “el otro” es el “irrecuperable” y como tal debe ser eliminado y si se lo desaparece, mejor. Tarea cumplida.
No es posible pensar que un selecto grupo de civiles y militares se propusieran, de la noche a la mañana, “irracionalmente” exterminar lisa y llanamente a un sector determinado de la población. Agregar “irracionalidad” a este mecanismo, es otorgarle atenuantes inexistentes. Lo hecho, fue pensado y fundamentado como una necesidad para incluir al Estado argentino dentro de las nuevas reglas internacionales de la economía, pensado por un grupo social de enorme peso político, que aprovechó la falta de reacción de una sociedad, paralizada por el miedo y el terror de una situación de violencia diaria. Violencia, que obviamente, este grupo social, se encargaba de alimentar cotidianamente, no solo a través de sus grupos de tareas mimetizados en “Las Tres A”, sino también a través de la prensa (Diarios, Radios, Televisión), con el concurso de los “analistas de siempre” , serios, mesurados y objetivos, como debe ser en situaciones de angustia.
Muchos sectores de la comunidad no solo esperaban, sino clamaban para que las Fuerzas Armadas se hagan cargo de una situación de inseguridad generalizada que hacía imposible el diario vivir. Muchos sectores de la sociedad ,aún hoy sostienen su legitimidad histórica. Y no es aventurado afirmar que una gran franja de la población, permaneció indiferente a dos de los efectos más crueles del proceso, que fueron la desaparición de personas y el derrumbe de la economía nacional, porque sencillamente no las afectaba directa mente. Aunque es cruel, también es cierto, porque en el fondo, el “otro”, se la había buscado. Por ello, el Coronel Camps se ufanaba diciendo: “No matamos personas, matamos subversivos”. No solo era grave lo que manifestaba, sino también que muchos lo creían así.
Pero, la actuación militar no fue solitaria. A todo el apoyo anterior, se le sumó la cobertura de una Iglesia Católica, que no solo permitió, sino tambien -por más doloroso que resulte admitirlo- tuvo real conocimiento de este plan de gobierno. Es muy probable, que sin la intervención de la Iglesia Católica, se hubiese producido una mayor cantidad de personas desaparecidas, lo cual no implica un atenuante para ella y por el contrario demuestra una potestad enorme de influenciar para determinar quienes debían vivir y quienes no.
En medio de este panorama, la justicia tambien jugó su papel, cuando miró para otro lado ante la súplica de los familiares de las víctimas del Terrorismo de Estado. Un desteñido papel, que alega imposibilidad de haber podido actuar de otra manera, en atención al estado de fuerza que se vivía. Pero en el fondo, ¿cuál fue su actuación? La historia habla por si sola: poca o ninguna. ¿Pudieron -los jueces- haber salvado vidas?... Es seguro que no, la historia de esos años lo ha demostrado. ¿Pudieron haber procedido de otra forma? Esta es la deuda pendiente.
No es posible afirmar que el “Proceso” borró todas las normas legales, actuando en permanente violación de la Constitución Nacional. Todo lo contrario, si tenemos en cuenta la existencia de importantísimas leyes dictadas en aquel momento, que no han sido modifica das o derogadas por las democracias siguientes. Casi todas las relaciones contractuales y las normas del Código Civil pudieron ser invocadas ante los Tribunales, aunque el límite estaba dado únicamente en el caso de la desaparición de personas, hecho que generalmente no era advertido por la gran mayoría de la población.
La prensa, fue otro puntal de este armado ideológico. Quizás, hoy, sea la más expuesta, pues todo lo escrito no ha podido ser borrado. La historia se nutre de miles de páginas de aquellos diarios y si bien el gobierno militar pudo incinerar libros, no ha podido destruir todo lo escrito, que paradójicamente hoy constituye prueba fundamental de las desapariciones de personas. La prensa ¿mostró todo lo que ocurría?... O ¿ Mostró lo que ella quería que ocurriera? En realidad, a veces, nada ocurre, si la prensa no lo muestra. Es un tema aún abierto.
Y todo lo narrado tiene importancia, porque aconteció antes y después del 24 de marzo de 1976. Fue, en realidad, el sustento que hizo posible ese 24 de marzo. Hoy se percibe una situación similar, salvando las distancias con referencia a las acciones armadas de aquella época. A nadie, por ahora, se le ocurriría disparar algún tiro para modificar las actuales circunstancias políticas, pues hoy los golpes de Estado no se hacen con tanques y soldados. Eso es antiguo.
En cambio el generado clima de inseguridad política, donde las noticias se centran exclusivamente en el “vacío de poder”, en el “atropello del gobierno” al bolsillo de algunos sectores sociales, en la recurrente descalificación de la figura presidencial, en el creciente deterioro de las economías familiares, en el aumento constante de la pobreza y la marginalidad, en la enorme brecha que marca la “igualdad de oportunidades” contra la “igual dad de posibilidades”, en la política de repetir mil veces a través de las pantallas de la televisión “todo lo que sangra”, y en el urgente clamor para que las tropas vuelvan a la calle para combatir el fenómeno de la actual delincuencia, configuran un panorama muy parecido al de aquellos años.
Cada vez es más común observar al periodista serio, objetivo, medido, reflexivo, que mirando fijo al entrevistado, escucha atentamente sus respuestas, mientras a cada frase del opinante, se le va transformando el rostro con un rictus de dolor, como si la patria se le estuviese yendo por alguna herida del alma. Y después de escuchar, concluye con la pregunta del millón: “¿Y usted fulano… por qué piensa que actúan así?...” Y también esta el caso del reporteado, que a cada instante, hace profesión de fe de su inmensa vocación democrática, en tanto y en cuanto no se afecten sus intereses, porque de lo contrario, como se estila en todo diálogo que se precie de serio y dogmático, recurrirá al Congreso para que se vote la ley que lo defienda ..” ¡Ah, pero si no me la votan como yo quiero, entonces tomo medidas de acción directa!!!.”
En realidad cada uno tiene el derecho de decir y hacer lo que piensa en defensa de sus intereses. Pero de lo que no tienen derecho, es de jugar con la paz social, con la tranquilidad de los ciudadanos y con el futuro de la sociedad, por diferencias de opiniones con el poder de turno. Se observa con mayor recurrencia como cada sector, hace de su interés una causa nacional, su causa nacional y por ello, si el que manda no está de acuerdo con ellos, entonces debe renunciar o se tiene que ir, porque esta afectando la “seguridad nacional y pone el peligro los sagrados intereses de la patria. En otra época, eso recibía el nombre de “fascismo”. Hoy no sé…
Hay circunstancias muy similares a las vividas el 23 y el 25 de marzo de 1976. Las rupturas institucionales en estos tiempos no se efectúan mediante las armas. Son hechos que día a día van minando la confianza de la gente en sus instituciones, en sus condiciones de vida y en definitiva en los valores que tiene la democracia. Es verdad también, por otra parte, que desde “arriba” no se envían mensajes de tranquilidad, sino más bien de “irascibilidad”, pero ello no legitima las conocidas teorías de la “causa nacional” y su aplicación inmediata en aras de una salvación general, que curiosamente, siempre es sectorial.
Momentos como el actual, en dónde cualquier opinión, aún la más tonta, se amplifica como la mejor idea, son instantes de cuidado, donde la reflexión y la mesura de todo el arco social debe primar por encima de cualquier otro interés. Si las sociedades no entienden que todos los problemas se solucionan con consenso y acuerdo, es seguro que volverán a repetir su pasado más negro. Y de ese pasado, la ganancia se la llevan otros.
Carlos A. Bozzi
Abogado
Sobreviviente de “La Noche de las Corbatas”
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